Fundación Amén Cominicaciones2024-01-302024-01-302024-01-23http://72.167.44.240:4000/handle/123456789/255https://drive.google.com/file/d/1xtEo3MclBrqn2LOAmY9p5oh5YUzfxcpd/view?usp=drive_linkTRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES Cuando en el común de las opiniones humanas, sacamos pecho y nos sentimos orgullosos por tener familiares importantes, reconocidos líderes sociales, empresariales, políticos y demás; el evangelio de hoy, tomado del capítulo 3 de san Marcos, nos muestra quiénes son realmente los más cercanos, la familia de Jesús. Esto muy a propósito de que unos espontáneos le dicen a Jesús en medio de la multitud: “Que su Madre y sus hermanos”, entiéndase sus familiares, “lo buscan”. Y Jesús da una respuesta que en principio nos parece destemplada y hasta un poco desconcertante, cuando dice: “Mi Madre y mi familia, son aquellos que cumplen la voluntad de Dios, esos son mis hermanos y mi Madre”. Hoy nos preguntamos ¿cómo ser de la familia de Jesús, esto es como estar en el corazón de Cristo?, ¿cómo ser del círculo más cercano del Hijo de Dios? La primera precisión que tenemos que hacer, es que no basta un mero vínculo de sangre o de cercanía afectiva. Si bien, en principio podemos contemplar en las relaciones humanas y sobre todo familiares, este vínculo de sangre o de amistad, para Jesús hay un valor más importante, se necesita el vínculo de la fe, que forma la familia cristiana y da una sola condición para ser de la familia de Jesús: “Cumplir, guardar, obedecer, observar la voluntad del Padre Dios”. En esta misma línea encontramos otros pasajes evangélicos, cuando una mujer felicita a Jesús sobre todo por su Madre y dice: “Dichosos los pechos que te amamantaron, que te criaron”, y Jesús responde: “No, mejor que los pechos que me amamantaron, mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. También en esa misma línea encontramos la oración del llamado Pater Noster, ¡Padre Nuestro!, cuando Jesús nos invita a todos como creyentes, a orar con mucha devoción y fe esta expresión: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Y es que en el fondo Jesús vino a enseñarnos a hacer la voluntad de Dios sobre nosotros y no la voluntad nuestra, y que Dios sea un títere, una marioneta que Él la realice de manera casi mágica. Igualmente encontramos otro texto evangélico, cuando Jesús hablando de la profunda unidad y común unión, comunión con el Padre Dios, afirmará: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Y esto es tan claro que, en las horas aciagas y difíciles de la Pasión, Jesús tiene una batalla personal entre hacer su voluntad: “Aparta de mí este cáliz, este destino de sufrimiento” o hacer la voluntad del Padre Dios, y al final concluirá diciendo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Igualmente, un gigante y místico como san Juan, que fue tan cercano a Jesús, dirá en las pequeñas obras, las primeras cartas del nuevo testamento primera, segunda y tercera: “Que amar a Dios es guardar su palabra; sólo podemos probar que haya amor a Dios si obedecemos sus mandatos”, y en sentido contrario afirmará san Juan: “Miente, miente descarada y abiertamente, quien dice que ama a Dios y no cumple sus mandatos de amor, perdón y entrega de la vida por los demás”. Pero además de reconocer en un primer momento que no basta el vínculo de sangre o de cercanía para ser de la familia de Jesús, en un segundo momento, descubrir que se necesita un vínculo de fe, obedecer la Palabra de Jesús, hacer la voluntad del Padre Dios. En un tercer momento reconocemos que todo esto es un proceso en la vida, donde para hacer la voluntad de Dios se necesita tiempo, oración, paciencia y no pocas veces cargar la cruz, aunque nos resulte paradójica, porque en no pocas ocasiones, cumplir la voluntad de Dios, resulta contradictorio con la voluntad personal, porque nos implica cargar cruz, que en principio nadie queremos. Por eso concluyamos como una oración pidiéndole al Señor a lo largo de nuestra vida, descubrir, interpretar la voluntad de Dios, que no siempre es fácil de descubrir o de interpretar. Lo segundo, creer y valorar esa voluntad de Dios, como el proyecto, el propósito divino más sabio y más perfecto sobre nuestra vida. Y finalmente, además de descubrir e interpretar la voluntad de Dios y de creer en ella y valorarla como lo más sabio sobre mi vida, obedecer, cumplir, hacer, realizar, esa voluntad de Dios en nosotros. Que camino tan bello de libertad interior, de paz en el corazón y de plenitud y alegría de vida; el mundo no lo descubre fácilmente, pero en obedecer los mandatos de Dios, está la felicidad y la prosperidad del hombre. Que el Señor te bendiga abundantemente en este día, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO Marcos 3, 31-35 En aquel tiempo, llegaron la Madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la Voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús.Amor al SeñorCargar la cruzDiosEnseñarnosGuardar la palabraJesúsOraciónPacienciaTiempoBibliaEvangelio¡Conocer, valorar y hacer la voluntad de Dios!Voluntad e Dios