¡Dulce y amargo!

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2024-11-22
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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO Lucas 19, 45-48 Lecturas del día de hoy: Primera Lectura: Ap 10, 8-11: Yo, Juan, oí cómo la voz del cielo que había escuchado antes se puso a hablarme de nuevo diciendo: -Ve a coger el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra. Me acerqué al ángel y le dije: Dame el librito. Él me contestó: Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor. Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago. Entonces me dijeron: Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos. Palabra del Señor. Te alabamos Señor Salmo del día de hoy: Salmo (119)118, 14.24.72.103.111.131: ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! Evangelio del día de hoy: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 19, 45-48: En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos». Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios. Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús.
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TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES La primera lectura del Libro de las Revelaciones o el Libro del Apocalipsis, nos habla de cómo Juan, autor del mismo libro, escucha una voz del cielo que le habla autoritativamente y le dice: “Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra”. Afirmará Juan: “Que me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito”, y el ángel le dirá: “Toma y cómelo, devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”. ¿Qué significan estas expresiones por demás simbólicas, tomar y comer el librito?, es tomar y comer la Palabra de Dios, esto es interiorizarla, esto es apropiárnosla en la propia vida. Pero hay algo muy especial, y es que en la boca la Palabra de Dios de entrada es dulce como la miel, podríamos decir que ilusiona, que es romántica, que emociona, el mandato de Jesús de amarnos, de perdonarnos, de servir, de ser compasivos. Pero cuando en la vida descubrimos que, aunque de entrada es dulce este mensaje, lleno de esperanza, construir la llamada ¡Civilización del Amor! (de la que hablaba en su momento el Papa Pablo VI), en el fondo, en el vientre, en lo profundo del ser, esa palabra se vuelve amarga y es tal su amargura porque es exigente, porque nos invita a cargar la cruz de cada día, porque nos señala que no hay verdadero cumplimiento del evangelio de Jesús sin entregar la propia vida. Por eso, dulzura y amargura tienen una doble connotación en todo lo esencial del mensaje del evangelio, dulce de entrada, amargo en lo profundo cuando hay un cristiano maduro, cuando su fe ha sido probada a lo largo del tiempo, cuando ha vivido situaciones límites en su existencia, descubrirá el creyente que el evangelio no deja de ser conocido profundamente, no deja de ser el evangelio muy comprometedor, muy desafiante, muy exigente, que implica un gran sacrificio de nuestra parte. Así lo ratifica el Apocalipsis en la primera lectura de hoy, cuando dirá Juan: “Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré, en mi boca sabía dulce como la miel, pero cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor”. Y concluye la primera lectura de hoy: “Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos”. Hoy descúbrelo, que en la etapa inicial de la fe todo es gozo, alegría, dulzura; pero en los llamados cristianos maduros, creyentes, fogueados por mil pruebas, encontrarán la exigencia y cierta contradicción, cierta amargura, porque anunciar el evangelio y sobre todo vivirlo, implicará incomprensiones, desprecios, criticas, señalamientos de otros. Pero esa es la suerte del verdadero discípulo de Jesús, y como lo hemos dicho en otras ocasiones, no hay verdadero anuncio profético del evangelio sin incomprensiones, sobre todo de los más cercanos. Pero pasemos al evangelio de hoy, que por estos días también se repite y nos muestra una escena de la purificación del Templo de Jerusalén que Cristo hace de manera profética, rechazando el uso comercial que le han dado al mismo. En efecto, Jesús señalará: “Que el gran Templo religioso de Israel, ubicado en la ciudad de Jerusalén, es casa de oración”. En efecto, Él allí enseñaba todos los días la Torá y las interpretaciones que los rabinos daban en desarrollo de la ley judía, de la ley que Dios había dado a Moisés. Hoy reconocemos, además de esa purificación del templo de Jerusalén, encontramos también que ese nuevo templo es Cristo y que de alguna manera nosotros estamos llamados a vivir en el templo, no sólo el material, sino y sobre todo el templo espiritual, Cristo en nuestra vida. Concluirá el evangelio mostrando, una fuerte oposición de las autoridades de la ciudad, los escribas, los sumos sacerdotes, los importantes del lugar, nos dice el evangelista: “Querían matar a Jesús, querían acabar con su vida, pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de Él y de sus palabras, escuchándolo con atención”. Hoy descubre que tu vida y la mía son templos de Dios, morada del Espíritu Divino cuando dejamos entrar la vida del Resucitado, el gran templo divino, lo dejamos entrar en nuestro corazón. Con razón el apóstol Pablo afirmará: “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí, y mientras estoy crucificado en esta carne, vivo por la fe en aquel que me amó y se entregó por mí”. Siéntelo y muchos de ustedes me lo entenderán, experimentamos a veces cuando hay una intensa vida de oración, meditación de la Palabra, frecuentamos la Eucaristía, practicamos la misericordia, vivimos la caridad con el sufriente y la vida fraterna con la familia y los cercanos, sentirás la vida de Dios y a ejemplo de san Pablo te acontecerá en algunos momentos y días de tu historia, que sientes que no es tu vida la que te gobierna, sino que es la vida de Cristo quien reina, quien dirige, quien inspira tu propia vida, y podrás decir como el apóstol: “Me siento templo de Dios, porque ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”. Que el Señor te bendiga en abundancia en este día, en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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Amargo, Dulce como la miel, Lo esencial, Lo profundo del ser, Mensaje del Evangelio, Palabra de Dios, Palabra exigente, San Lucas, Ser fiel a la exigencia del Evangelio, Biblia, Evangelio
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