¡Caminantes al lado de Jesús!

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2023-04-23
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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO Lucas 24, 13-35 Primera lectura del día de hoy Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33: El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: – «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: «Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.» Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que «no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción», hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.» Salmo del día de hoy Salmo 16/ 15,1-2.5.7-8.9-10.11: Señor, me enseñarás el sendero de la vida. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.» El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. Segunda lectura del día de hoy Lectura de la primera carta de Pedro 1,17-21: Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin par­cialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza. Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan. Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero de Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: -«¿Qué? Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: – «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, el hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: – «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: – «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús.
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TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES Domingo 23 de abril, la preciosa lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra al apóstol Pedro lleno de unción, que con autoridad y poniéndose de pies junto al grupo de los 11 discípulos, levanta la voz y con toda solemnidad declara a los judíos y vecinos todos de la ciudad de Jerusalén, realiza tres grandes afirmaciones, que hacen parte de la quinta esencia, el centro del mensaje y del anuncio cristiano, que usualmente hemos llamado el kerigma del evangelio. La primera afirmación de tres que realiza el apóstol Pedro es: “Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos proféticos que Dios ha realizado por medio de Él, ha vivido, ha pasado por esta ciudad de Jerusalén, ha estado entre nosotros. Es reconocer el señorío y el poder de Cristo, no un profeta más, más que un profeta, no un taumaturgo más, mucho más que un taumaturgo, un hombre que realiza grandes prodigios, señales y milagros. Pero continúa el apóstol Pedro dirigiéndose a las autoridades y a los vecinos de la ciudad de Jerusalén y les dirá en un segundo momento, que este hombre Jesús, grande en milagros, en su mensaje, en sus obras, conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto para Él, murió crucificado, fue clavado en la cruz por manos de hombres malvados. Pero señalará Pedro que no fue una acción al azar, simplemente una injusticia más realizada en la vida de los hombres, sino que desde siempre estaba previsto en el plan providente, y si se quiere, misterioso de Dios Padre, el que su Hijo fuera entregado. Finalmente, en un tercer momento, dentro de este mensaje del kerygma o quinta esencia del anuncio cristiano, señalará el apóstol Pedro, a este Jesús lo resucitó Dios de entre los muertos, de lo cual todos nosotros somos testigos; este Jesús rescatado de la fosa del sepulcro, es exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, la ha derramado, y esto es lo que ustedes están viendo y oyendo. Y ratificará el apóstol Pedro, que desde los tiempos del rey David él sentía claramente que Dios no lo abandonaría, ni lo dejaría en el lugar de los muertos, ni permitiría que experimentara la corrupción definitiva, porque precisamente este Mesías que venía, el nuevo Rey de Israel, sería el que levantaría las esperanzas para el pueblo y mostraría que la muerte no tiene la última palabra, no es la última realidad sobre la vida del hombre. Pero avanzamos en nuestra reflexión y encontramos preciosamente en el salmo responsorial de este día, como el salmista clama y ora a Dios, diciendo: “Señor, me enseñarás el sendero de la vida”, en tono orante clamará: “Protégeme Dios mío que me refugio en ti, yo digo al Señor tú eres mi Dios, el Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte, mi vida está en tu mano, bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente, tengo siempre presente al Señor, con Él, a mi derecha no vacilaré”. Es un grito de confianza del salmista que sabe que la vida de él, como la vida de cada uno de los creyentes, está sólo en manos de Dios, y por eso continúa el salmista diciendo: “Por eso se me alegra el corazón, se goza mi entraña y mi vientre, mi carne descansa esperanzada, porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”. Pero avanzamos en nuestra reflexión y encontramos en la segunda lectura, tomada de la primera carta del apóstol san Pedro, como nosotros por la muerte de Cristo, hemos sido liberados de una conducta inútil heredada de nuestros padres, y que ya no somos sometidos a la corrupción, porque hemos sido comprados para la vida eterna, no con oro o plata, metales valiosos, metales preciosos; sino que hemos sido liberados con el precio altísimo, el rescate inmenso de la sangre preciosa del Cordero sin defecto, ni mancha, que no es nadie más sino Cristo, el Cordero de Dios. Todas estas lecturas nos preparan para el conocidísimo pasaje eje del evangelio de Lucas, capítulo 24; cuando descubrimos cuatro momentos centrales, en ese encuentro al parecer fortuito entre Jesús y dos discípulos que iban camino de Emaús, uno de ellos llamado Cleofás, descubramos cuatro realidades. La primera, Jesús se hace el encontradizo con esta pareja de discípulos, que desanimados, apesadumbrados, tristes, abatidos por la muerte de Jesús y sin esperar, o por lo menos sin creer mucho en su resurrección, aunque algunas mujeres ya lo habían dicho, regresan a su pueblo, Emaús. Jesús camina con ellos, Jesús está a su lado, en la vida de cada uno y hoy reconoce 2000 años después, que Jesús en personas, en circunstancias, en situaciones personales, nos habla, nos exhorta, Nos cuestiona la vida y no deja de hablarnos, no deja de interrogar la manera como llevamos nuestra vida. Pero viene un segundo momento y es que, ante la tristeza, el abatimiento, diríamos en términos modernos, en términos del siglo 21, ante la depresión, el estrés, la ansiedad, la falta de esperanza del hombre del siglo 21, Jesús nos dice como hace 2000 años a los peregrinos de Emaús, necios, insensatos, no se escandalicen por el sufrimiento del Hijo de Dios que era necesario para que Él resucitara y entrar en la gloria del Padre. Hoy nos dice Jesús a ti y a mí, necios, insensatos, tontos, como se escandalizan, como se entristecen, como se desaniman, como se deprimen ante la cruz, las pruebas, las adversidades de la vida, que son camino necesario para llegar a la resurrección, para alcanzar la vida plena con Dios, para disfrutar de la gloria divina. Es que no hay cielo sin cruz, como he dicho en tantas ocasiones, no hay monte de la Transfiguración sin monte Gólgota de la crucifixión, no hay tierra prometida sin paso previo por el desierto, y no alcanzas la rosa, sin pasar primero por las espinas de su tallo. Pero en una tercera enseñanza, descubrimos que cuando Jesús camina y se hace cercano a sus discípulos y al caer la tarde también puede entenderse la vida, los discípulos en un gesto completamente espontáneo, le dicen a Jesús “quédate con nosotros”, y Él lo hará de una manera muy especial, según describe el evangelista Lucas, realiza lo que es la Eucaristía y que en el cristianismo primitivo se llamaba la fracción del pan. En efecto, Jesús sentado a la mesa con ellos toma el pan, pronuncia la bendición, parte el pan y lo comparte con ellos. Ese pan partido, repartido, compartido y en todos los casos bendecido, es la presencia sacramental, es la presencia cierta de Jesús, es el cumplimiento al deseo de los apóstoles de Emaús, cuando ellos le dicen “quédate con nosotros”. 2000 años después de este pasaje evangélico, 2000 años de trasegar en la historia del cristianismo, Jesús sigue quedándose con nosotros, Jesús cumple su promesa en cada Eucaristía. En otras palabras, no hay encuentro más personal, más cercano y más profundo con Jesús, que a través del Pan de la vida, en el cual Él se hace presente. Cuando te sientas solo, cuando experimentes el abandono de todos en tu vida, mira al cielo, dile a Jesús ¡quédate con nosotros! que estoy en el atardecer de mi vida, en el punto más oscuro de mis problemas; ve a tu parroquia, participa y celebra la Eucaristía y sentirás la fuerza de Cristo que está contigo, que no te abandona. Finalmente, en un cuarto momento dirán los discípulos, que cuando Jesús les explicaba todo lo que tenía que acontecer acerca de su pasión y muerte, que habían profetizado, que habían anunciado de siglos atrás los profetas, eso es parte del plan providente de Dios Padre, para dar salvación a la humanidad, y ellos lo único que dice “¿acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba y nos explicaba las escrituras, el mensaje de los profetas y de la ley mosaica?, ¿Hoy sientes que arde tu corazón cuando lees la palabra, la Biblia que tienes en tu casa, cuando oras con devoción un salmo?, ¿cuándo lees con profundo recogimiento un texto evangélico?, cuando pides el Espíritu Santo para interpretar una carta de san Pablo. La escritura nos hace arder el corazón y nos prepara para el encuentro más profundo con Jesús, precisamente al comerlo en el pan de la vida. Primero la escritura y luego la Eucaristía, las dos grandes mesas que tenemos los cristianos católicos. Concluye el Evangelio diciendo, que los discípulos emocionados regresan al seno de la fe en la ciudad de Jerusalén, se encuentran con los discípulos y dirán es verdad, no es cuento de una mujer, no es cuento de unos pocos hombres, no son alucinaciones, Jesús ha resucitado, Jesús nos ha hablado, Jesús ha compartido el pan de la vida con nosotros y estamos ciertos de que Él vive, y lo hemos reconocido al partir el pan. Que el buen Dios te bendiga en abundancia en este día, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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Diestra de Dios, Dios, Exaltado, Hijo, Jesús, Pecados, Perdón, Resucitó, Biblia, Evangelio
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