¡David y Goliat: Batalla con Dios!
dc.contributor.author | Fundación Amén Cominicaciones | |
dc.date.accessioned | 2024-01-25T01:03:34Z | |
dc.date.available | 2024-01-25T01:03:34Z | |
dc.date.issued | 2024-01-17 | |
dc.description | TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES La primera lectura del libro de Samuel en el capítulo 17, nos presenta el impresionante y conocido pasaje, de la batalla entre judíos y filisteos, y concretamente de la contienda entre dos líderes de ambos bandos militares. De un lado, el gigante y temido Goliat y por el otro lado un simple joven que, con una honda, una piedra, es capaz de enfrentar a Goliat, se trata del joven David. De este pasaje que todos conocemos, más allá de la desproporción de las fuerzas, descubrimos grandes enseñanzas para nuestra vida. La primera, la lógica de Dios en sus planes, en sus proyectos, siempre ha sido la de servirse de los hombres débiles, pequeños, insignificantes ante la apariencia humana; pero ellos son precisamente los destinatarios para realizar el proyecto, el plan y la obra de Dios en medio de los hombres. Quién pudiera acaso imaginarse, que un joven muchacho, David, sobrado en coraje, entusiasmo y valentía, pero totalmente falto de experiencia y de estrategia militar, es capaz de enfrentar, al más temible de los soldados filisteos, destacado por su altura y mirado como un verdadero gigante entre las tropas filisteas, Goliat. Hoy reconozcamos que no es el único caso en los distintos pasajes evangélicos y bíblicos, sino que a lo largo de toda la Sagrada Escritura, encontramos cómo hombres sencillos como Moisés, mujeres estériles cómo Ana, la misma Isabel o doncellas vírgenes como María, son los elegidos y las seleccionadas, para realizar la gran obra de liberación de Dios, la gran obra de salvación. Esto nos tiene que poner a pensar a cada uno de nosotros y llevarnos a descubrir, que tus limitaciones, tus defectos, tu timidez, tu falta de carisma, no puede ser excusa, óbice, inconveniente o disculpa para decir, ¿yo qué puedo hacer por la iglesia?, ¿yo que puedo hacer por mi familia?, ¿yo qué puedo hacer para construir una sociedad mejor? Descubre que Dios se sirve de medios pequeños, insignificantes, para realizar su tarea. Cuando pienso en esta idea, inmediatamente viene a mi imaginación, la imagen inmensa de Benedicto XVI, cuando fue elegido Papa en el año 2005 sin pensarlo. En su primer discurso, presentándose ante el mundo como el sucesor del apóstol Pedro dirá: “Que se siente muy pequeño para la misión altísima que se le ha encomendado, pero que le consuela el saber, que Dios trabaja con instrumentos insuficientes para realizar su obra”. Esta expresión de Benedicto XVI, por demás cargada de humildad, de sencillez y de verdad, es una expresión paradigmática aplicada a cualquiera de nosotros. Tú, más allá de los años de vida que tengas, más allá de tu enfermedad, más allá de tu falta de formación académica en la teología, en las ciencias sagradas, tú puedes ser un gran instrumento de Dios, para este momento de la Iglesia, de la sociedad y del mundo. Dios, y así lo señalaba Jesús en los evangelios, nunca buscó a los sabios, a los entendidos, a los sabelotodo y autosuficientes que pululan en todas las generaciones; sino que, por el contrario, buscó personas sencillas que en su debilidad, sabían confiarse a Dios, como claramente lo afirmará en su momento el apóstol Pablo, en medio de enfermedades, hambres, persecuciones y traiciones, cuando dirá: “Sintiéndome débil, entonces soy fuerte en el Señor”. Pero descubrimos una segunda enseñanza que nos trae precisamente el salmo responsorial del día de hoy, mostrando como Dios cuida, Dios protege, Dios guía al hombre inocente en las batallas de su vida y más allá de la conciencia de su propia debilidad. En efecto, dirá el salmo 144: “Bendito el Señor, mi alcázar, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea”. Y está hablando el salmista precisamente, de la contienda de David con el gigante Goliat. Luego dirá el salmista: “Dios es mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y refugio a que me somete los pueblos. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para Ti el arpa de diez cuerdas, para Ti que das la victoria a los reyes y salvas a David, tu siervo, de la espada del malvado”. Hoy no sientas temor, de enfrentar a los malvados de nuestro tiempo, que ha habido y habrá malvados en todas las épocas y en todos los tiempos, pero Dios es tu roca, tu alcázar, tu protector. Terminemos nuestra reflexión mirando brevemente el evangelio de hoy y reconozcamos que cuando Jesús, se compadece ante un hombre que tiene una mano paralizada y más allá de que es día sábado de descanso sagrado, quiere sanarlo del dolor y de la incapacidad de movilidad de su brazo; pero los judíos que lo acechaban miran con dureza a Jesús, porque adivinan que va a obrar la sanación en este hombre. Jesús con autoridad les pregunta: “¿Qué está permitido en el día del descanso sagrado?, ¿quedarnos impávidos haciendo nada, lo malo?, o ¿hacer el bien a un hombre devolviéndole la vida, la salud o lo dejamos morir? Nos dice el evangelista Marcos, que todos callaban. Y Jesús, y es una expresión que nos pone a pensar, echó una mirada llena de ira y dolor, por la dureza de corazón de aquellos contemporáneos y coterráneos judíos que le escuchaban y por encima de su parecer, de su legalismo, esclavitud de la ley del sábado, le dice al pobre hombre enfermo: “Extiende tu mano que te voy a curar”. Los fariseos, lejos de alegrarse, salen inmediatamente de la sinagoga y se confabulan con los seguidores de Herodes, (los herodianos), para acabar con la vida de Jesús. Esta es la eterna lucha entre bien y mal; David y Goliat en el antiguo testamento, Jesús y los fariseos en el nuevo testamento y hoy los cristianos, hijos de la luz, sal de la tierra, luz del mundo y los hijos del mundo que te pueden despreciar. Dios siempre será tu alcázar, tu protección y no puedes dejar de hacer el bien, por leyes inicuas, por convencionalismos humanos, por intimidación de los hombres. Que el Señor te bendiga en abundancia en este día, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. | |
dc.description.abstract | REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO Marcos 3,1-6 En aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo. Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida. En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él. Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús. | |
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dc.subject | Alcázar | |
dc.subject | Amor de Dios | |
dc.subject | Apariencia humana | |
dc.subject | Batallas | |
dc.subject | Cuidado | |
dc.subject | Guía | |
dc.subject | Hacer el bien | |
dc.subject | Hombres débiles | |
dc.subject | Intimidación | |
dc.subject | Inocente | |
dc.subject | Protección de Dios | |
dc.subject | Vida | |
dc.subject | Biblia | |
dc.subject | Evangelio | |
dc.title | ¡David y Goliat: Batalla con Dios! | |
dc.title.alternative | Lógica de Dios |
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